Pétalos dormidos
Parte III

Jaume Vaquer Sánchez
Ella rió al tiempo que buscó su cuerpo con la cintura, y esta vez lo encontró detrás suyo, mientras notaba cómo él le ponía la copa en los labios y el líquido iba entrando en su boca, muy despacio.
Se quedaron así un rato. Ella de pie mientras él la rodeaba y le iba dando vino al tiempo que la acariciaba.
Ella se notaba cada vez más acalorada, y sus caricias eran cada vez más excitantes. Le acariciaba las piernas, hacia abajo, hasta llegar al final de su falda, y reseguía su costura allí donde ésta se juntaba con las medias, siguiendo el círculo de sus cada vez más calurosos muslos.
Sentía cómo le palpitaba el corazón, enérgico, y los estremecimientos parecían ir llenando su cuerpo como el vino iba llenando su boca: despacio, de forma sugerente.
Entonces se detuvo, se quedó mirándola desde una pequeña distancia mientras ella oía apenas cómo bebía un poco de vino.
«¿Qué haces…?», preguntó al cabo de unos segundos, insegura.
«Te miro». Y ella no pudo resistirse a dar un paso hacia adelante, hacia su voz, con las palmas extendidas y ligeramente levantadas para encontrarle a tientas.
Él apartó su copa para que no la golpeara, y la recibió poniendo su mano en su su cintura con la misma firmeza con la que algunas veces la había llevado bailando.
Acercó lentamente sus labios a los de ella, y le dio un beso lento, cálido, haciendo temblar su vientre como hacía tiempo que no sentía. Un calor repentino la recorrió desde el sexo hasta los pechos, pasando después a su cuello, a la zona posterior de sus orejas, y a su boca, donde se disipó fundiéndose en sus dos salivas, entremezclándose suavemente.
Cuando el beso cesó, ella gimió al tiempo que presionaba su vientre contra el de él, y oyó cómo dejaba la copa en la mesa y ponía su otra mano en su cintura, cómo empezaba a besarle el cuello en formas carnosas que iban dibujando círculos, y la iban obligando a inclinar la cabeza, para dejar paso a sus labios, a sus manos…