Pétalos dormidos
Parte I
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Jaume Vaquer Sánchez
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Pasó buena parte de la tarde preparando algo con ilusión, un cierto nerviosismo exhalaba de su cuerpo a base de sonrisas mientras iba colocando cada una de las piezas del puzzle en su sitio.
A cada pieza, su nerviosismo se acrecentaba imaginando la respuesta de ella, y ansiaba en cierta forma que llegara el momento de mostrarle la sorpresa.
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La siguió mirando intensamente a los ojos mientras sacaba algo del bolsillo de su abrigo. Ella observaba sus movimientos un tanto nerviosa y divertida al mismo tiempo.
Cuando sacó un trozo de tela negra, él dibujó una sonrisa pícara mirándola, y ella sonrió, expectante…
Posó sus manos en la cintura de ella, y la volteó lentamente mientras ella soltaba un inaudible gemido, una humedad repentina le pobló los labios y tuvo que tragar saliva mientras sentía cómo él le tapaba los ojos con la tela y se la ataba alrededor de la cabeza.
Soltó una risa nerviosa al tiempo que lograba pronunciar entrecortadamente un ligero «…¿y esto…?».
«Ya verás…», fue su respuesta, pronunciada con una voz tan grave, que sonó rozando un extraño y sugerente tono imperativo. Y ese tono, en conjunción con sus ahora incapaces ojos, sonó en sus adentros como si tuviera eco.
Oyó cómo la llave entraba en la cerradura y también el chasquido habitual al abrirla. Los goznes resonaron un poco por la escalera, y se percató que los sonidos cobraban mayor relevancia en su repentina ceguera.
Él le rodeó la cintura con un brazo y la guió adentro para cerrar la puerta con suavidad justo después.
Con cierta inseguridad, ella aguardaba de pie, junto a la puerta, mientras oía cómo él se quitaba la chaqueta.
El piso estaba más cálido de lo normal. Intuyó, detrás de la venda de sus ojos, que había subido la temperatura a propósito, y esbozó una sonrisa al tiempo que decía pausadamente y con un tono irónico: «Qué calor, ¿no?».
Él respondió con un simple gemido afirmativo mientras le quitaba la chaqueta, y ella sonrió sabiendo qué significaba aquello…
Después de aligerarla del abrigo, se puso ante ella y la cogió de las dos manos mientras la guiaba andando hacia atrás.
La observaba allí, andando a ciegas e insegura, con una sonrisa en los labios, y no podía dejar de pensar que le estaba gustando. Eso lo reconfortaba, no porque creyera que no le gustaría, si no porque lo empujaba a seguir con el juego para hacerla disfrutar…