El Valle
Parte II

Jaume Vaquer Sánchez
John desconocía qué fue lo que le llevó a estar solo en una montaña tantos años.
Desconocía por qué sus padres huyeron de la ciudad aquel fatídico 5 de Marzo de 2018.
Desconocía también qué fue del mundo a partir de aquel día, y qué estaría sucediendo en otros confines de lo que antes solían llamarse países.
– No bajes nunca por el valle más allá del puente gris. – Las palabras de su padre, aunque tranquilas, sonaron graves, imperativas – No encontrarás nada bueno más abajo, ¿lo entiendes?
John asintió, aunque fue evidente que lo hizo más por obediencia que por comprensión.
Su madre añadió:
– Baja tan sólo si crees que de ello depende tu vida, y si lo haces, recuerda siempre lo que te hemos enseñado sobre el mundo.
Y le dio un beso en la frente apartándole los cabellos.
Día 2
La mañana se despertó tranquila.
Miró con sorpresa cómo no había neblinas bajando por las colinas esa mañana, y orinó junto al árbol.
Reavivó el fuego con un leño mediano e hirvió agua.
Esa mañana fue a revisar las trampas más lejanas. Estaban colina arriba, siguiendo un sendero que siempre había estado allí.
Hubo suerte, encontró un conejo en una de las trampas, y lo ató a la mochila para cocinarlo por la noche.
Cuando llegó a la cima se sentó en el acantilado dejando colgar las piernas en el vacío. Le encantaba esa sensación.
El valle se extendía a sus pies. La cabaña en la parte alta, con una leve columna de humo que salía de la chimenea, y el gran puente gris en el fondo.
Más allá: más valles, más colinas…y se paró a pensar en las palabras de sus padres.
Intentó desechar su curiosidad, aunque sabía con certeza que ésta volvía siempre en un momento u otro.
Al rato, oyó un trueno en el valle colindante. Giró la cabeza y vio cómo unas nubes más oscuras de lo habitual iban avanzando por él.
Se levantó e inició el descenso a un paso más ligero, esperando llegar a la cabaña antes de que empezara a llover.
Llegó con tiempo suficiente. Entró más leña y se refugió justo cuando empezaban a caer las primeras gotas.
En el interior, despellejó el conejo, lo lavó y lo troceó.
Le gustaban los días en lo que tenía carne porque la noche se convertía en un ritual, con una recompensa mucho más sabrosa que las cenas de costumbre.
Devoró el guiso que, aunque simple, resultaba mucho más exótico que los habituales cocidos de patatas y legumbres.
Lo hizo, como siempre, observando el fuego, pero esa noche, además, escuchando la lluvia y los truenos en el exterior.
Parecía un regalo en forma de carne y distracciones, y aquella noche, mientras se dormía, pensaba en cómo le hubiera gustado que sus padres estuvieran todavía con él para charlar mientras disfrutaban de todo ello.
Poco podía esperar, mientras se dormía tranquilamente pensando en sus padres, que al día siguiente todo cambiaría…