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Digamos que tienes 10€ en el bolsillo…
Estás en una calle de Barcelona y es mes de Julio.
Paseando bajo un sol canicular, tienes sed,y pasas por delante de un local en el que
venden bebidas frías.
Para aligerarte el calor, piensas en comprarte un refresco, y entras en la tienda.
La tienda tiene una nevera para que escojas tu bebida, y de entre los refrescos de
té que tienen, hay dos marcas con dos productos distintos.
Una de las marcas es mundialmente conocida por explotar a la población de un país
remoto, y la otra en cambio, luce en sus anuncios y en sus etiquetas, que es
socialmente responsable, evitando la explotación en el mismo país donde se produce
la materia prima del primer refresco…
En tu bolsillo siguen los 10€, todavía sin gastar, y ante la decisión, observas los
precios.
Un refresco, precio de turista en esta calle atestada de ellos, cuesta 2.5€.
El otro 2.75€.
Y surge el dilema que resolverás rápido, pero no sin pasar por un breve periodo de
duda, que aunque imperceptible, marcará ciertos aspectos de tu vida.
Y la de muchos otros.
Esa diferencia de 0.25€ entre el precio de un refresco y el otro, son millones de
euros anuales para una marca y millones de euros menos para la otra.
0.25€ es la diferencia, para tu bolsillo, entre que se explote a alguien como tú en
un país remoto, o que esa explotación no se produzca (al menos a largo plazo, claro
está, en ese mundo idílico del «todos a una»).
Esta es nuestra sociedad actual.
Lejos de un poder democrático real y a escala mundial, nuestra sociedad hace ya
tiempo que se convirtió en una economía. Y nuestro poder como individuos o como
grupo, se basa en el dinero que tenemos en nuestro bolsillo. Así de simple y
complejo al mismo tiempo.
Lo permitimos nosotros mismos cuando dejamos erosionar los logros que muchas
generaciones antes, lograron sacrificando sus vidas (hablo del post-industrialismo).
Dejamos erosionar los logros de los sacrificios proletarios en un entorno
economizado que hoy nos domina a todos, sin excepción y por completo.
Qué palabra esta…! La repetiré porqué suena ya muy arcaica… «Proletarios»…
Os acordáis de ella? Cuesta, pero gracias a un sistema educativo ya en el limbo de
la economía de mercado, todavía la recordamos.
Volviendo al ejemplo del que partía, nuestro poder reside en el dinero que llevamos
en el bolsillo en esta nueva (y ya vieja de hecho) sociedad marcada por el
capitalismo.
La elección de un refresco u otro, a escala mundial y masiva, obliga a una u otra
compañía a producir un tipo u otro de refresco.
«Normal» o socialmente responsable. Porqué sí, ahora el «normal», es el barato,
tenga el coste humano y social que tenga, y el «raro», es el caro, aquél que nos
obliga a realizar un mayor esfuerzo económico.
Y lo remarco: el esfuerzo es estrictamente «económico», con las implicaciones que
conlleva.
A fecha de hoy nuestro poder reside en nuestra capacidad de consumo, y en como
ejercemos esa capacidad.
Ese es nuestro poder más inmediato.
Sí, pensaremos que ejercemos otros tipos de poder, como el «democrático», pero…
detengámonos a pensar por un momento, pero pensando de verdad…
¿Tenemos realmente un poder democrático? Ir a votar cada cuatro años y esperar a ver
en las noticias cómo los representantes políticos hacen lo que el capitalismo (a
cualquier escala) les permite…¿es realmente un poder democrático?
¿Nos representan los políticos cuando nos permiten (y remarco que no digo «obligan»)
a ceder ante el mercado?
Nos quedamos en cierta forma impasibles ante todas y cada una de las claudicaciones
políticas y sociales de la sociedad frente a la economía.
Cuanto menos, a nivel agregado. Sí, es cierto que fortuna, perviven movimientos de
resistencia (en mi opinión más mental que social o política) que contradicen las
líneas del mono-pensamiento actual.
Pero sí, por desgracia son minoritarias, también en mi opinión.
¿Qué pensaría Orwell tras escribir su 1984, viendo la sociedad actual…?
¿En qué grado acertó en sus ficciones?
En mi opinión, erró sobre el entorno, pero no sobre el fondo.
La forma que ha adquirido la dominación de la masa es más liviana, aunque no menos
férrea.
Y erró también en la predicción de la ausencia de poder de la masa, aunque no en su
docilidad.
La obtención de un poder latente y contrastable conjugada con una docilidad agregada
extrema, es totalmente inocua para unas estructuras de poder basadas en la
dominación de las necesidades básicas.
Mientras se tengan algunas necesidades básicas cubiertas aparentemente, el ser
humano no moverá un dedo. De nuevo, de forma agregada.
A pesar de todo ello, conservamos un poder que no ejercemos, que poseemos pero que
no utilizamos. Y la simple tenencia de ese poder nos hace poderosos.
Unos poderosos ignorantes o unos poderosos temerosos y dóciles.
Me resisto a la idea de pensar que el poder económico es el único poder que nos
queda.
Es evidente que es el más práctico, el más inmediato en el marco actual.
Pero me gustaría pensar que no está todo perdido, utilicemos este poder o no.
Me gustaría pensar que como masa, somos todavía un conjunto de personas
inteligentes, prestas para hacer lo correcto y no lo fácil, y que somos o seremos
conscientes algún día de que no existe un solo y único camino para llegar a un
punto, si no que hay más de una opción.
Y, utópico o no, este pensamiento es el que me motiva a confiar a largo plazo en un
«despertar de la fuerza».
La fuerza de la consciencia de una masa de gente que se dará cuenta algún día que su
poder no es el poder que le es otorgado, si no el poder que tiene como entidad
propia.
¿Aceptaremos el poder que nos es «regalado»? ¿O ejerceremos aquél que poseemos como
simples individuos humanos?
Lo veremos con el tiempo, y yo seguiré escribiendo alrededor de este concepto más
adelante.
Hagamos o no hagamos…¡pensemos!
Cuanto menos, pensando, mantendremos una puerta abierta…